Hoy en día merece la pena conocer y estudiar la Cábala porque es una vía universal a la espiritualidad, de gran antigüedad, de gran extensión o alcance – tanto en horizontal como en vertical – y muy flexible y adaptable, siendo compatible con cualesquiera creencias ya que puede ayudar a fundamentar a todas. Como occidentales, puesto que la revelación cristiana parte esencialmente del esoterismo judío, no es raro descubrir que, al estudiar Cábala, estamos encontrando y profundizando en nuestras propias raíces.
En el
amplio espectro de técnicas y caminos espirituales disponibles hoy en día para
el buscador sincero, la Cábala aparece poco representada. Ésto puede deberse fundamentalmente al desconocimiento de lo que esta vía de desarrollo es en
realidad, así como de la extensión y alcance de sus planteamientos y sus
métodos. A esto hay que añadir la ausencia de buenos maestros fuera de lo que
es el marco judaico, un mundo bastante cerrado en sí mismo por lo general.
A pesar
de que, históricamente, la Cábala es la formulación específica judía del
sendero espiritual, con sus componentes mágico-proféticas, místicas y
filosóficas, es también cierto que, siendo un modo de conexión y adhesión a lo
Divino, constituye una vía universal, válida para todos. Si así no fuera,
simplemente no sería “verdadera”. En su largo recorrido histórico, la Cábala ha sabido
asimilar de una forma creativa contenidos fundamentales de otras culturas y
pueblos... La Cábala incorpora elementos de Egipto, Babilonia y el antiguo
Oriente Medio. También asimila elementos de la gnosis y de la
filosofía griega (fundamentalmente del neoplatonismo). Y esta
vocación integradora sigue vigente – ya que cada generación formula la
sabiduría en el lenguaje de su tiempo – se ve por ejemplo en la terminología de
la psicología junguiana y transpersonal con que hoy en día se expresan sus
conceptos arquetípicos, que coinciden, como es lógico, con los de la llamada
filosofía perenne.
Lo
anterior debe interpretarse como un síntoma de vitalidad y actualidad, y no de
falta de originalidad. La Cábala, afirma la Tradición, parte de la revelación
básica de sabiduría recibida por el hombre-mujer arquetípico – el Adam-Javá del
Génesis – y transmitida a todo el mundo antediluviano (tradiciones de
Enok-Metatrón-Hermes) y postdiluviano (Shem-Melquisedek), hasta ser recibida
por Abraham que, no lo olvidemos, fue contemporáneo de la Torre de Babel y
heredero de la lengua única a que hace alusión el texto bíblico.
La Cábala siempre ha sido y sigue siendo una
tradición viva, con su propio tronco, ramas y frutos – como por ejemplo, la
revelación mosaica, la profecía de los tiempos bíblicos, los escritos de
sabiduría salomónicos, la ascensión a los Hejalot o palacios celestiales de los
primeros siglos, la teosofía del Zohar (S. XIII) y de Safed (S. XVI), los usos
ontológicos del lenguaje (el Séfer Yetsirá, atribuido tradicionalmente al
propio Abraham) con todo el complejo asociado de técnicas del éxtasis, el
jasidismo antiguo y moderno, que ha sido comparado con el Zen, etc. A este
tronco principal se pueden injertar otras ramas (por lo compatible que resulta
con otros planteamientos), lo que trae consigo renovación, completitud y más belleza
ornamental. Y tan potente es la savia que circula por la estructura
cabalística, que los humanistas del Renacimiento reconocieron que en ella
estaba la clave esotérica de su propia religión, y también del ocultismo
occidental, que se ha servido desde entonces de la Cábala para fundamentarse a
sí mismo, y que constituye hoy en día – en sus numerosos grupos y órdenes
iniciáticas – una de sus modalidades principales.
La presente panorámica es por necesidad breve e incompleta. Si después considera que la Cábala tiene algo personal que decirle, sin duda encontrará la vía, teniendo en cuenta que ésta se dirige hacia el interior de sí mismo.
1) EL ESTUDIO (aproximación mental a la sabiduría),
2) LA MEDITACIÓN, ORACIÓN y demás técnicas de
interiorización,
3) LA ACCIÓN que incluye desde la actitud general y las prácticas específicas, hasta
el uso consciente del simbolismo en el ritual mágico y litúrgico.
A
continuación daremos unas pinceladas de cada una de ellas:
EL
ESTUDIO – no meramente intelectual, sino como medio de conexión
con la Luz – es la aproximación filosófico-teosófica al problema de la
Realidad: ¿Cómo surge y se mantiene lo finito en el seno de lo Infinito, lo
múltiple en el seno de la Unidad, lo relativo en el seno de lo Absoluto? La
Cábala concibe la Manifestación como una gran cadena orgánica del Ser que brota
del mismo seno de lo Divino y progresa en modos crecientes de complejidad y
diversificación, estando todo regado y mantenido por la misma savia, que no es
otra cosa que la Luz Infinita misma. Esto es lo que aparece codificado en el
gran símbolo del Árbol de la Vida, con sus sefirot o esferas de manifestación
de lo Real, y sus canales que las interconectan entre sí.
En el
Árbol vemos desplegados en un todo único los diversos Mundos o ámbitos del Ser
(el Mundo Divino, de la naturaleza del no-ser, el Mundo de la Creación o Mente
Pura, el Mundo de la Formación o astral-psíquico y el Mundo de la Acción o de
los fenómenos espacio-temporales, de la materia y la energía), todos con sus
cielos, palacios, almas, jerarquías angélicas, esferas planetarias, etc., hasta
los propios dominios elementales de lo físico.
Quizá
sorprenda el ver cómo están equiparados, en el segundo Mundo, la Creación con
el ámbito de lo Mental. Entramos aquí en el carácter ontológico del lenguaje,
típico de la Cábala, aunque no sólo de ella (véase, por ejemplo, el uso de las
letras en el Tantra). El propio Génesis presenta la creación como una exteriorización
del Pensamiento Divino mediante la Palabra (la actividad del Espíritu de Dios).
En ese sentido, las letras, las Letras de la Creación, son realidades
espirituales, vasijas metafísicas capaces de contener y canalizar la Luz. Son
así símbolos de primer orden (de hecho los canales del Árbol de la Vida) y
cables de conexión que transmiten la Luz mediante su contraparte en el plano
físico. Esto constituye uno de los pilares básicos de la meditación
cabalística.
Parejo al
concepto de la escalera de los mundos está el del Tikún: el plan Divino de la
evolución, del descenso y el ascenso por los distintos niveles de la jerarquía
del ser. Esto incluye la vida actual (la encarnación en un cuerpo físico), los
estados de después de la muerte (con la conciencia/energía centrada en los
niveles superiores del alma, ya que la Cábala concibe al ser humano con una
estructura de conciencia y presencia en todos y cada uno de los mundos) y la
rueda de las reencarnaciones hasta completar la propia tarea o destino personal.
En esencia, la meta de la evolución es la participación del máximo bien y
felicidad que es alcanzar la afinidad (o similitud de fase) con lo Divino, en
Poder, Amor y Sabiduría. Ello se logra mediante el aprendizaje y el mérito que
deviene del uso de la libertad, que junto con la capacidad de dar, constituye
una de las marcas de fábrica de lo Divino.
La Cábala
es teosofía porque tanto en el proceso de Creación, que se realiza en un
intemporal y eterno Ahora, como en el de Tikún – rectificación, transformación,
iluminación, unión y canalización – lo Divino se involucra como continente y
contenido (diríamos que, metafóricamente, la manifestación es hacia dentro, no
hacia afuera de ninguna parte). El propio Nombre principal impronunciable de
Dios YHVH consiste en hebreo en la raíz del verbo “ser” en presente con el
prefijo de tercera persona del “futuro”, indicando el concepto de “el Ser
Activo del universo”. Al mismo tiempo, la propia Creación es su Ser Pasivo,
Presencia o Shejiná, siendo uno de los motivos fundamentales de la Cábala
(expuesto en el Cantar de los Cantares) el de la unión o Bodas Místicas entre
el aspecto masculino y femenino de la Deidad, lo que completa el Tikún Cósmico.
Evidentemente, a imagen y semejanza de su arquetipo divino, éste es también el paradigma del ser humano realizado.
Posiblemente
ya se habrá intuido que el camino de la Cábala es, en primer lugar, hacia
dentro de uno mismo. Esta es la invitación dada por Dios a Abraham: “Vete de tu
tierra y de tu familia y de la casa paterna a la tierra que te señalaré”. Ese
“vete” aparece en el texto bíblico de una forma extraña: “Lej Lejá”, que
literalmente quiere decir “Ve para ti”. Los cabalistas interpretan, entonces,
el versículo como: “Sal
de tus automatismos y programaciones y conócete a ti mismo para alcanzar el
estado de conciencia – tierra espiritual o tercera sefirá, y que no es
otra cosa que el alma espiritual o neshamá – que te mostraré”.
Entre las técnicas de interiorización, LA MEDITACIÓN siempre ha ocupado un
lugar preponderante. Quizá algunos se extrañen de que hablemos de meditación en
épocas tan antiguas como los tiempos bíblicos. Conviene recordar al respecto
que en el antiguo Israel había escuelas organizadas de profecía – el nombre que
se daba entonces a la iluminación – en las que se enseñaban y aplicaban
técnicas avanzadas de meditación, y podemos deducir que también disciplinas
espirituales de todo tipo. Estas escuelas eran numerosas, con multitud de
estudiantes cabe suponer que en distintos niveles o grados de realización.
Según Abulafia, cabalista español del siglo XIII y principal exponente de la
llamada Cábala extática o profética, las técnicas de meditación que él
preconizaba – basadas en Nombres Divinos y en diversas manipulaciones de las letras,
junto con técnicas especiales de respiración y concentración – eran
herederas directas de la tradición profética.
En realidad, las técnicas de meditación cabalística
cubren un amplio rango que abarca la experiencia visionaria (con un uso
extensivo de la imaginación creativa), los diversos modos de concentración y
control de la mente (repetición de Nombres Divinos, versículos y mantras), el
trabajo con los centros psíquicos del cuerpo sutil (utilizando, entre otras
cosas, las letras hebreas, tal como prefigura el Séfer Yetsirá), las
unificaciones o Yejudim (que involucra a los llamados Rostros Divinos y cuyo
alcance en todos los planos del Cosmos es inmenso), la práctica constante de la
Presencia Divina (para llegar a la continuidad de la conciencia), la práctica
de la Devekut o unión con Dios por la vía del amor y la absorción pasiva en su
Ser, hasta llegar a la meditación sobre el Vacío, el anonadamiento o reducción
a la nada del propio ser, como puerta de entrada al En Sof o Infinito, la
identidad esencial entre el ser y el no ser y que constituye el estado último
de conciencia.
Mención aparte merece la oración cabalística, ya sea
puramente contemplativa, o espontánea en
el sentido de abrir el corazón a lo Divino, o consistente en la lectura de
Salmos y otros escritos de poder, o basada en un ritual estructurado de ORACIONES tal como el servicio judío. En éste último, el significado de las
palabras no es sino el primer peldaño de la escalera que une el cielo con la
tierra. Las oraciones, que incorporan muchos de los resortes meditativos
mencionados antes, están organizadas de forma que se realice progresivamente la
ascensión por los cuatro mundos, a la que debe seguir el descenso
correspondiente con la integración en la vida cotidiana de los contenidos
alcanzados.
Porque la meta del cabalista, y con ello entramos en
LA VÍA DE LA ACCIÓN, no es evadirse
de la realidad mundana para alcanzar para sí la iluminación o los niveles
superiores de la conciencia. Su meta es unir el cielo con la tierra, canalizar
la Luz, hacer de la materia un nivel transparente a la Luz Divina. Y
eso no sólo a un nivel personal o interno. El compromiso social, la
instauración por una sociedad justa y solidaria, la responsabilidad por los
distintos reinos de la naturaleza (¿es necesario recordar que en algunos Salmos
tenemos las primeras muestras del pensamiento ecológico?), todo ello en el
marco del proceso del Tikún universal, es parte de la tarea del cabalista. Pues
como afirma el dicho angélico del libro de Isaías: “Toda la Tierra está llena
de Su Gloria”.
Entre las prácticas específicas están todas las
relativas al conocimiento de uno mismo en todos los niveles del propio ser. Esto hoy en día se hace en
el marco de una terapia, la cual, de una forma general, está incluía en el
currículo de los distintos grupos de estudio. Así, los arquetipos del
inconsciente personal, por utilizar una terminología junguiana, deben ser, como
primer paso, sacados a la luz y aceptados, asumiendo la plena responsabilidad por la
totalidad de uno mismo. Integración e individuación son las palabras
clave, lo que nos sitúa al nivel del self o sí mismo psicológico (el centauro
de Ken Wilber o el yo existencial de otros sistemas). A partir de este punto de
verdad personal – el ser auténtico – se construye, mediante el trabajo
intensivo en uno mismo y la práctica de una ética superior
(no necesariamente convencional), la mercavá o vehículo espiritual para acceder
a las esferas transpersonales del propio
ser, culminando
en la Chispa de Luz Divina que constituye el propio núcleo o raíz, y que es, en
sí misma, una parte de la Mente Divina.
Una última palabra sobre LA MAGIA, que es parte de la Cábala, y que ha sido y sigue
siendo tan mal comprendida. En esencia, la magia consiste en el uso activo del simbolismo.
Mediante éste damos cuerpo a energías espirituales que impactan sobre la psique
para causar cambios, generalmente en la propia conciencia. Y todo ello bajo el control de la voluntad, que se pone
al servicio de la Voluntad Superior o manifestación externa de la
propia Chispa Divina, el verdadero Mago. En ese sentido, la magia es una técnica de desarrollo espiritual y ha
sido usada extensivamente por todas las religiones, ya que
nada tiene tanto poder como los propios actos. Relegar la magia a la obtención
de cosas materiales para el propio disfrute es rebajarla de nivel, lo mismo que
si consideramos la oración sólo como un medio de obtener favores de lo Divino,
o la meditación como una forma de relajarnos para sentirnos bien.
Todo
lo que “es” es una manifestación de la LUZ INFINITA en la fase mixta de luz en
sí y vasija o luz estructurada.
El
deseo es la fuerza que motiva las vasijas y es un deseo de recibir luz.
La
Luz es energía autoconsciente, dadora, pura potencialidad creativa... Se
manifiesta como Vida Incondicionada, Conciencia Pura, Inteligencia Activa, Amor
Omniabarcante, Poder Absoluto, Puro Gozo de Ser, Afirmación de Sí, Esplendor
Radiante, Potencia Generativa, Presencia Viva y Actual. Éstas son las Sefirot,
los arquetipos fundamentales de lo Divino; las vasijas que contienen y
transmiten la influencia de lo Absoluto a los mundos manifestados.
La
Cábala, que significa recepción, es una vía para conectarse conscientemente con
y recibir directamente la Luz Infinita.
Para
la Cábala toda realidad es Daát, Conocimiento, la unión del continente y lo
contenido, del conocedor y lo conocido, en una continuidad de ser llamada Árbol
de la Vida.
Este conocimiento se halla
ciertamente codificado en los libros sagrados, pero, sobre todo, se halla
inscrito en el Libro de la Vida. Se dice que hay cuatro formas de lectura,
cuatro niveles de interpretación.
Es necesario contemplar estos 4
significados como una escalera, en consonancia con los cuatro mundos
cabalísticos, de los cuatro niveles básicos de realidad:
Rémez – significado alegórico –
mundo astral, emocional, angélico, los cielos (la cabalá tiene también sus
bardos)
Derash – significado metafísico –
mental, arcangélico, de los Palacios, tierras puras, budas y seres divinos,
paraísos de las dakinis, etc.
Sod – secreto, significado místico, espiritual, de
la Deidad, Vacío.
PRDS, Pardes, el Huerto o Paraiso. -Entrar en el Pardés es sinónimo de
estudiar Cábala, de cultivar el jardín de Adam en el Edén, el jardín de la
conciencia-
Los cuatro niveles conjuntamente
forman el acróstico (notarikón)
El Talmud cuenta la historia de los
cuatro sabios (rabinos) que entraron en el Pardés. Eran: Ben Azzai, que miró y
murió. Ben Zoma, que miró y se volvió loco, Elishá ben Avuyá (Ajer), que miró y
apostató y Akivá. Sólo Rabí Akivá entró y salió en paz.
Este pasaje del Talmud ha fascinado
a los comentaristas a lo largo de los siglos, avanzando diversas
interpretaciones. En el contexto que nos ocupa es una metáforadela persona que
se queda en un nivel, sin trascenderlo, dándole el peso de realidad última.
Así, el nivel de significado literal
es “muerte”, es decir, el máximo grado de desconexión. Este es el significado
de muerte en la Torá, como en el caso de Adam, que significó desconexión del
Árbol de la Vida. Es el significado literal de: “No puedes ver mi Rostro y
vivir”, que Dios le dice a Moisés en el monte Sinaí.
El nivel del significado alegórico
astral es locura: es tomar a los símbolos e imágenes como realidades en sí, con
existencia inherente, y no como espejos o pantallas subjetivas de realidades
más profundas.
El nivel de significado
metafísico-mental es apostasía: otra forma de desconexión más sutil. Es tomar
los conceptos, los contenidos de la mente también como realidades en sí. Es
pensar que los opuestos: bien-mal, luz-oscuridad, etc. tienen existencia
objetiva. (Históricamente Rabí Elishá ben Avuyá se convirtió a una forma de
maniqueismo. En el medio divino no puede haber ningún tipo de dualismo,
separación, que es el modo natural de operar de la mente.)
Tan sólo Rabí Akivá (encarnado el
significado místico) entró y salió en paz. Se dice que cuando salióera una
persona de gran santidad. La tradición dice que fue capaz de integrar su
experiencia en la vida cotidiana. (Por ejemplo, Ben Azzai no tenía hijos – un
precepto esencial en el judaismo – porque sólo tenía ojos para lo alto).
Y este principio – integrar la
experiencia mística en la vida cotidiana – es quizá la esencia de la Cabalá:
No buscar grandes manifestaciones
físicas o milagros, típico del significado literal, ni grandes visiones que nos
dejen paralizados, típico del significado alegórico, ni impresionantes
construcciones de pensamiento, o sistemas filosófico-teosóficos... Todo esto
son apoyaturas. La esencia está en la experiencia desnuda de la Divinidad y
llevar esta experiencia a nuestra vida cotidiana. Todo lo demás se da por añadidura.
La palabra Cabalá en hebreo
significa recepción, es decir, conexión con la Luz Infinita. Un cabalista –
mekubal – es alguien conectado, que conscientemente recibe la Luz, Conciencia
Energía, energía autoconsciente.
La meta del cabalista es unir el cielo
con la tierra, manifestar el cielo en la tierra. Y aquí no hay evasión, escape.
El que busque en la Cabalá un modo de evadirse de las responsabilidades de la
vida cotidiana, está equivocando el camino. El que busca asumir eses
responsabilidades de acuerdo con el conocimiento de sí mismo y la manifestación
en él del propósito divino (que es lo que se llama tikún en hebreo, una
combinación, por así decir, de karma y dharma) está en el camino adecuado. El cómo se manifieste la conexión
personal con la Luz Infinita depende del ser auténtico (profundo, integral) de
cada uno.
Si hablamos de unir el cielo –
Kéter, la experiencia mística suprema de unión con Dios, la experiencia de la
identidad del vacío y la forma, en lenguaje budista – con la tierra – Maljút,
la realidad corpórea, multiforme, en la que la Luz se encuentra en estado de
máxima ocultación – necesariamente hablamos de Tiféret, la sefirá central,
llamada ADAM, el hombre-mujer, y que psicológicamente representa el self del
hombre, el sí mismo, su yo auténtico, por encima del ego de Yesod.
Tiféret – conócete a ti mismo – es
la llave que abre la cerradura del Árbol de la Vida y, por eso, es el centro de
los misterios cabalísticos (Corazón = Leb = 32).
Esto ya viene expresado en el libro
del Génesis (Cap. 12), en el mandato de Dios a Abraham:
Lej lejá: Vé (o marcha) para ti
[traducido como véte] de la tierra, y de tu familia y dela casa de tu padre, a
la tierra que te mostraré.
Lej – lejá es una construcción
extraña. Del verbo Laléjet, bastaría con decir Lej, Vé. Lejá es para ti. Se
interpreta como para o hacia dentro de ti, es decir, conócete a ti mismo; y sal
de tus ataduras, raíces, programaciones inconscientes, a la tierra que te
mostraré (Canaán se decodifica como la tierra de la unidad, de la conexión con
el Árbol de la Vida, la tierra que mana leche y miel, donde los pilares
laterales dejan de ser misericordia y rigor, la tierra superior que es la
sefirá Biná, la conexión de Tiféret con las tres esferas supremas del Árbol de
la Vida).
... Y entonces serás Berajá. Serás
Bendición.